Acabemos Con Los Plurinominales
Vivir fuera del presupuesto, es vivir en el error
César Garizurieta
Fue el famoso tlacuache, (como tal fue motejado, sabrá Dios si por amigos o enemigos) quien pronunció la frase lapidaria y merced a ella y algunas otras igualmente incisivas y oportunas, se constituyó en el mejor de los intérpretes contemporáneos de la realidad política de nuestro país, al traducir a cabalidad las aspiraciones de dicha clase. Antes de que Jesús Reyes Heroles emprendiera su llamada reforma, la única alternativa que tenían quienes participaban en la vida pública y el quehacer institucional, si pretendían acceder a un cargo de elección popular, era obtenerlo participando en la justa electoral y erigirse en vencedor por mayoría de votos (el famoso sufragio universal, base de la democracia directa que con todos sus defectos, me parece refleja con mayor fidelidad los puntos de vista de los mas amplios sectores de una nación, en contraposición a la llamada democracia indirecta, que implica el voto de cierto número de representantes, que fundamenta el sistema electoral norteamericano). Así pues, con todos sus defectos, los políticos de antaño tenían por lo menos que intentar incidir en el ánimo no solamente del gran elector (que podía ser de manera indistinta el alcalde, el gobernador, el presidente del partido y en la cima de la pirámide del poder, el presidente de la república), sino de sus correligionarios, para no enfrentar al menos su oposición soterrada y tratar de influir en la buena voluntad de los habitantes de la circunscripción territorial por la que les había tocado en suerte competir. Lo anterior, tenía como desventaja que la presencia de la oposición era francamente insignificante numéricamente hablando y abonaba a favor de los señalamientos realizados por sus detractores y opositores, que expresaban que el mexicano, era un régimen autocrático. En una clara muestra de la sagacidad que lo caracterizaba, Reyes Heroles se dio a la tarea de emprender la primera reforma política de dimensiones significativas de su tiempo, permitiendo que los partidos políticos que obtuvieran cierto porcentaje del total de sufragios emitidos, pudieran obtener presencia en la cámara baja a través de la figura de los llamados diputados de partido. Todo ello, con el objetivo de desarbolar las aseveraciones que tildaban de autoritario al sistema, permitiendo una mayor presencia de la oposición, sin que el número de sus representantes llegara a representar una amenaza real a la hegemonía oficial y entorpeciera el margen de acción legislativo de su fracción. De tal suerte, se suscitó una coyuntura que contaminó la práctica política en nuestra patria, pues estas posiciones (consideradas de privilegio por la posibilidad de acceder a las prebendas y canonjías del poder) fueron utilizadas para premiar la lealtad o la franca sumisión a los dictados de las directivas partidistas y no para garantizar el concurso de verdaderos representantes de la sociedad, trasladando a la oposición la práctica del dedazo. De suerte tal, que quienes eran privilegiados con estos encargos, consideraban deber su puesto, no a los electores de su demarcación territorial, sino a tal o cual dirigente de partido, canalizando hacia ese sentido su lealtad y enfocando sus intereses hacia esa dirección. De manera posterior (por disposición de algún otro genio de nuestra fauna oficial), todo esto se acentuó al extrapolar esta medida a senadurías y regidurías, contribuyendo a crear a lo largo y ancho del país, miríadas de grillos ansiosos de cometer cualquier indignidad en aras de alcanzar el visto bueno de su dirigencia, que los posibilitara para disfrutar los deleites de nombrarse representantes populares, sin necesidad siquiera de hacer campaña (no es ningún secreto que muchos de quienes obtienen este premio de la lotería electoral, ni se molestan en acompañar a los candidatos de su partido a los diversos actos proselitistas que organizan para adquirir adeptos). Punto y aparte de todo esto, las arcas nacionales empezaron a erogar ingentes cantidades de recursos destinadas a solventar los emolumentos de nuestros preclaros legisladores y obviamente la parafernalia correspondiente a gastos de representación, apoyos legislativos, gasolina, atención médica en sanatorios privados (siempre me he preguntado porque nuestros representantes populares desprecian olímpicamente la medicina social que en su carácter de comisionados del pueblo, es la que deberían gozar, de modo tal que si quisieran atenderse en alguna clínica privada, costearan esto con fondos provenientes de su propio peculio) pago de celulares y telefonía, bonos de productividad y de finalización de encargo y todas esas zarandajas, con que los sufridos contribuyentes acostumbramos (de grado o por fuerza) agasajar a nuestros congresistas, que además suelen desempeñar actuaciones francamente improductivas por cierto (cuando no absolutamente lamentables, pues amén de protagonizar desfiguros como tomas de tribuna o cosas de semejante jaez, jamás llegan en todo su período de encargo a utilizar la tribuna ni logran formular iniciativa de índole alguna), pues solamente trabajan unos cuantos días al año y hacen gala de indignantes índices de ausentismo y desinterés en su tarea, pero eso sí, son muy buenos para posar a la hora de las fotografías con motivo de algún evento o para situarse junto al ejecutivo (del nivel que sea) a efecto de simular cercanía espacial y afectiva. Merced a todas las consideraciones consignadas con antelación, a la situación de crisis económica nacional y mundial que nos ha tocado sortear (y por ende, a la cuantía de los recursos que quincenalmente se omitiría destinar en materia de pagos de los conceptos ya aludidos) y habida cuenta del perfeccionamiento de la práctica democrática en México y de la credibilidad que otorgan sus habitantes a las instituciones encargadas de la realización de los comicios, me parecería totalmente oportuno desaparecer de nuestros distintos cuerpos legislativos (municipales, estatales y federales por supuesto), la figura de los regidores, diputados y senadores plurinominales, dejando la tarea de legislar a quienes fueran electos por mayoría. Con los haberes obtenidos a través de esta vía, se contaría con recursos suficientes para sufragar importantes obras de infraestructura, de indubitable beneficio e impacto social. Aquí queda pues la propuesta para su análisis y posterior discusión y debate. Ojala y por encima de los intereses facciosos, prevalezca el gran interés nacional. Hago votos por ello.
POST SCRIPTUM.- Nada hay mejor que un amor fiel, constante y leal. Dispuesto a arrostrar la fortuna y el bienestar, la vida en común, la cotidianidad del trabajo, la alegría, la distancia, los problemas habituales, el dolor, la tristeza, la enfermedad y la muerte. Un afecto de semejantes características merece sin lugar a dudas, el premio de la felicidad. Así amo a mi familia y mis amigos; y por supuesto a ti, la dueña de las manos mas lindas del mundo.
Gracias a todas aquellas personas que me dispensan el favor de su atención y me han compartido el caudal de su solidaridad y dado testimonio de su aprobación y afecto, particularmente a doña Alicia Álvarez González por sus amabilidades y mensajes, Mario Solís Contreras por el apoyo brindado y al profesor Mario Romero por sus conceptos (inmerecidos a todas luces), sobre un servidor. Espero no defraudarlos e intentaré hacerme acreedor a sus elogios. Un fuerte abrazo a todos y mi sincero agradecimiento.
Mi querida Claudia Valentina Martínez, mucho ánimo. Dios mediante saldrás bien de tu intervención quirúrgica y pronto estarás recuperada. Ten fe. Saludos.
Guillermito: Quedaste precioso con tu corte de cabello. Tu risa tiene tonalidades argentinas y tu mirar, esa chispa de eternidad en la que me veo reflejado. Te amo infinitamente, mi adorable pelón (al menos por un tiempo y no de hospicio). Besitos.
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