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REVISTA SINARQUÍA - Mexicanidad y Democracia

Rafael Bernal

Un sinarquista visionario

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El hecho de que el 21 de marzo se haya decretado como fiesta nacional en México tiene un responsable: Rafael Bernal. Siendo un joven comprometido con el sinarquismo, Bernal (1915-1972) encapuchó la estatua de Benito Juárez en la Alameda Central del Distrito Federal. Esta travesura le costó una de las tantas veces que estuvo en la cárcel, pero tuvo además otra consecuencia: en desagravio al oaxaqueño, el presidente Miguel Alemán le dio a dicha fecha el carácter festivo que le conocemos al día de hoy. Con el tiempo, ese muchacho rebelde se convertiría en uno de los narradores mexicanos más visionarios de mediados del siglo XX. Escritor versátil, colaboró en la naciente industria del cine mexicano a finales de los años treinta y en los cincuenta, su pieza La carta fue la primera obra de teatro que se transmitió por la televisión.

Pionero en un país que se adentraba en la modernidad, se le reconoce también como el padre de dos géneros literarios en México: el de ciencia ficción con Su nombre era muerte (1947) y el policiaco con El complot mongol (1969). La primera es una historia sumamente original en la que un misántropo autoexiliado en la selva lacandona aprende a comunicarse con los moscos mediante una flauta; un Hamelin siniestro que pretende conquistar al mundo con su ejército de insectos cargados de enfermedades.

La segunda, mucho más conocida y difundida, es una obra maestra de recreación del lenguaje oral, protagonizada por un entrañable antihéroe, Filiberto García, antiguo verdugo de un general villista que se ve envuelto en una conspiración internacional que involucra al FBI, al KGB y al mítico barrio chino de la ciudad de México. “¡Pinches chales!”, es el mantra que repite García a lo largo de las páginas, mientras una espiral de corrupción lo aleja de la mujer que ama y lo enfrenta a su propia vulgaridad. Rafael Bernal murió a la edad de 57 años, dejando en el tintero la posibilidad de más libros indispensables. 35 años después, celebrar su obra con una nueva relectura es constatar también la vitalidad y relevancia de su prosa y sus ideas, en un medio literario como el nuestro, donde campean el oportunismo y los productos prefabricados.

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