Vivir el Cristianismo
Todo esta perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa
Demócrates
Las leyes de reforma, causa de la guerra de los tres años, librada entre liberales y conservadores, trajeron como consecuencia la implantación del estado laico en lo concerniente a la administración pública y en lo referente a la educación impartida en nuestra patria. Si bien es menester aceptar que la iglesia católica incurrió en desviaciones y en excesos en un momento histórico determinado, no hay que perder de vista que ello no desvirtúa la validez de la prédica de la moral cristiana, sino que antes bien, demuestra de manera fehaciente que las instituciones humanas (la iglesia incluida) son susceptibles de defectos consecuencia de su propia naturaleza, falible de origen al estar constituida por seres humanos, (capaces de realizar el bien supremo pero también de incurrir en el pecado) y no por ángeles (espíritus por definición perfectos). El laicismo pretendió suplir lo concerniente a la moral con la asignatura denominada educación cívica, que pese a sus deficiencias, procuró inculcar valores en la formación de la personalidad del individuo, pese a que la carencia de una moral y una ética perfectamente delimitadas era una ausencia notoria y evidente en la formación del mexicano. Lo anterior trajo aparejado con todo y las imperfecciones consignadas, cierta conciencia colectiva de lo que a la patria le era menester y en ese marco se generó el fenómeno económico-social conocido en nuestra historia como el desarrollo estabilizador. Periodo en el que indiscutiblemente nuestro país registró índices de avance y de progreso en multiplicidad de ámbitos, consecuencia no solo de la industria de sus habitantes, sino también de su estilo de vida. No obstante lo anterior, la influencia norteamericana (y con ella una pretendida modernidad) en nuestro entramado social, hizo hincapié en la obligatoriedad de relegar nuestro catolicismo y sus enseñanzas a rincones cada vez mas recónditos de nuestra actividad personal y colectiva, considerándose de buen tono aseverar que la religiosidad era una cuestión estrictamente particular y propia nada mas de ejercitarse en el espacio físico de los templos (toda vez que la iglesia, es decir la eclessia, la asamblea la constituimos la totalidad de los fieles) y únicamente los domingos, pues es conveniente reconocer que por generaciones fallamos en inculcar la fe a nuestros descendientes. De tal suerte, los supuestos beneficios del estado laico, hicieron tal mella en la formación humana, (es decir en la verdadera educación, que es la que se imparte en casa y no en la escuela, pues en ésta solamente se adquieren conocimientos, mientras que en casa es donde advertimos las virtudes y su práctica, que deberemos posteriormente ejercer en nuestra existencia y a la vez, transmitirla a nuestros descendientes), que nos olvidamos cada vez mas de nuestro origen divino y en aras de un falso humanismo, enaltecimos nuestra naturaleza y nos gloriamos de los logros conseguidos. Con ello, mientras más ensalzábamos los logros de la técnica y los avances de la tecnología, mas nos retraíamos y nos avergonzábamos de nuestra fe y nuestras convicciones religiosas. Así, podíamos ser capaces de protagonizar todo género de desfiguros en un carnaval o encabezar eventos de cualquier índole, pero nos apenaba participar en procesiones o en movimientos apostólicos, porque el laicismo en boga nos podía exhibir como retrógradas o fanáticos. Y con el transcurrir del tiempo y el más que evidente relajamiento de la moral y las costumbres colectivas, lo descrito se ha puesto cada vez más de manifiesto, amén de haberse suprimido por obra y gracia de sabrá Dios que preclaro funcionario educativo, el civismo como materia de enseñanza obligatoria y con ello, la descomposición social se ha acelerado, retratándose en la cotidianidad a través del incremento del índice delictivo, la pérdida del pudor y las buenas costumbres y el extravío de nuestra identidad cultural. Nuestra sociedad ha pasado del estupor inicial al clamor, por la adversidad de las condiciones imperantes actualmente y ha exigido de manera perentoria a nuestras autoridades poner remedio a todo ello. Pero esto no es mas, que la inveterada costumbre que tenemos los mexicanos de echarle la culpa al prójimo por nuestras fallas y de esperar que un milagro venga a remediar súbitamente nuestras carencias y apremios, en vez de enfatizar la importancia de hacer de la familia la célula básica de nuestras instituciones y volverla a constituir, como era de modo inicial, en escuela de virtudes. En semejante orden de ideas, es medular evocar la trascendencia y la valía del papel formador de los padres y el ABC de nuestro catecismo. El cristiano tiene por excelencia que ser el mejor portavoz del plan divino y el mensajero idóneo para demostrar la transformación que la fe puede obrar en cada quien. Es imperativo pues, perder la pena y cumplir con nuestra tarea misionera. El cristianismo actual debe consecuentemente salir del claustro y hacerse militante y resaltar a la colectividad, que con todos los defectos y flaquezas inherentes a nuestra humanidad, podemos generar un verdadero cambio en nuestro modelo de existencia y consecuentemente en el rumbo de nuestra nación. Vosotros sois la sal de la tierra, dijo Cristo a sus discípulos y con ello no se refirió el Señor a que con su actividad estaban destinados a darle un sabor especial al acontecer del mundo, sino advertía del deber primordial del cristiano, que es luchar contra la corrupción y combatir el mal (es bien sabido las propiedades que la sal tiene para preservar de la descomposición, tan es así que todo conservador tiene un porcentaje de sodio para preservar el buen estado de su contenido). De este modo es posible inferir que procurar el bien (individual y común) a través de la aplicación de lo prescrito en la doctrina y por ende, combatir el mal y sus diferentes manifestaciones, es deber fundamental del cristiano, punto y aparte de la denominación de su confesión. No debemos dejarnos intimidar por aquellos que nos atribuyen toda clase de epítetos por oponernos a sus designios de degradación y perversidad. Por sus frutos los conoceréis dijo el Señor. A nosotros toca demostrar que somos capaces de hacer de México la gran casa que todos deseamos heredar a nuestros hijos.
POST SCRIPTUM.- No se trata de organizaciones defensoras de la moral y las buenas costumbres, en el sentido peyorativo que algunos utilizan en cuanto reprimir el derecho que nuestro prójimo tiene a la diversidad y a la disensión, no es asunto de censura ni de cerrazón decimonónica como dicen algunos exaltados partidarios del jacobinismo a ultranza. Es algo que va mucho más allá: La necesidad de transmitir modelos educativos sanos y de no subvertir el orden natural de las cosas. No son mas que nosotros, son eso sí, mas escandalosos. Quienes deseamos una adecuada asepsia moral, somos una abrumadora mayoría pero silenciosa. Debemos ser capaces de superar esa afonía y hacer sentir a nuestros representantes populares que reprobamos tajantemente la adopción de modelos de vida discordantes con nuestra forma de ser, costumbres, idiosincrasia y creencias. Ojala que nuestros diputados se constituyan en auténticos intérpretes de la voluntad mayoritaria y no vayan en malentendidos afanes de atraerse reflectores, cámaras y micrófonos, a tomar decisiones contrarias al modo de ser de los yucatecos. Especialmente esos que pregonan una pretendida formación socialista de la que por entero carecen. Escuchen pues la voz del pueblo, que es la voz de Dios.
Gracias estimado Profesor Romero, por su generosidad sin límites y por todas las cosas que me enseña, pese a que soy tan desaventajado alumno. Trataré de ponerme a la altura requerida por las circunstancias. Dios me ayude a superar mis limitaciones que son casi infinitas y a trascender la debilidad evidente de mi condición. Haré cuanto sea posible. Guillermito: Te amo infinitamente hijo. En la medida de la estrechez de mi peculio procuro darte siempre sin tasa ni medida. Eres el bien mayor con que Dios se dignó bendecirme. Besitos.
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